Problemas con la creencia en la reencarnación

Doce problemas que plantea la doctrina de la reencarnación
Carlos Díaz

1. Regressus in infinitum. Si el alma se incorpora a una nueva vida según sus acciones pretéritas ¿cómo explicar el origen del proceso sin remitir a un regreso anterior al regreso, necesitado previamente de un comienzo?

2. Autoconciencia no recognoscitiva. Las huellas del pasado en mí no son las huellas de mi pasado. Yo actúo, él es premiado o castigado en la ulterior reencarnación, a tenor de mi actuación.


3. Autoconciencia sin anamnesia. Se premia o castiga a ese “él” por algo de lo que él no tiene memoria alguna, lo cual parece carente de valor ético o pedagógico, pues quien carece de memoria no puede ni arrepentirse por lo olvidado, ni enmendarse por lo ignorado. La justicia, si ha de ser tal, exige el vínculo de la memoria, lo cual no ocurre en la reencarnación.

4. Tránsito de lo infrahumano a lo humano. Si se ha reencarnado en un planta o en un animal ¿cómo podría salirse de ahí hacia arriba, hacia el reino de lo humano? ¿cuál podría ser al efecto, en orden a una vida futura, el mérito moral o religioso de una planta o de un animal?

5. Ahistoricidad. Al reestablecerse el orden cósmico global por medio de la reencarnación “se hace justicia en la estrellas, pero no se hace en el barrio en que vivo”, al menos no me sirve para mi vida en ese barrio.

6. ¿Un limbo preexistente? La población humana sobre el globo terrestre crece ¿de dónde salen las muchas almas necesarias para en los nuevos cuerpos? Para salvar esta dificultad el hinduismo afirma que, tras la muerte de la persona, el alma no se reencarna inmediatamente en otra, sino que espera su turno en el reino de los espíritus durante un tiempo de duración variable, lo que se llama el bardo en el Libro Tibetano de los Muertos: el alma pasa un temporada en esa “isla entre dos vidas”. Antaño, dada la escasez de cuerpos, dicho estado duraba mucho tiempo, lo que obligaba a muchas almas a esperar su momento fuera de la Tierra; sin embargo ahora el periodo bardo se ha acortado, y ocurre precisamente lo contrario.

7. Fatalismo. Cuando a alguien le sucede algo desagradable suele decírsele en la India: “Es tu frente”, es tu sino, en la convicción de que en los huesos de nuestra frente llevamos grabado indeleblemente el porvenir , decretado según nuestra conducta en vidas anteriores: no hay, por tanto, más remedio que la resignación, pues la “vara” que pone las cosas en su sitio se encarga de todo. Y, cuando esta convicción se conjuga con la astrología (que a su vez interpreta los signos del karma), entonces el destino queda aclarado: las estrellas en la India lo saben todo. Más la seguridad de que habrá otras vidas deja adrede para cualquiera de ellas el esfuerzo requerido por la perfección final: no hay prisa. El Todo se impone con su peso todo. Asfixia. El individuo está engranado en su rotar incesante, anclado en lo supracósmico que le trae y le lleva, como grandes oleadas del mar engullidor.

8. Premios que son castigos. Y al final, vuelta a empezar. La rueda gira y marea, pero sólo unos pocos logran la liberación, el resto pierde. Bien, algunos se salvan, se escapan de la rueda del girar eviterno, pero ¿qué pasa cuando se produce la conflagración cósmica y todo vuelve a salir de , también los justos retornan a escena? ¿podrían entonces, en ese caso, considerarse premiados para siempre? Más, si no vuelven a escena ¿cómo considerar premiado a quien no vuelve? No volver ¿cómo podría ser un premio para quien ya no es?

9. Compasión que no com-padece. Así las cosas, tampoco parece fácil ayudar a nadie. A pesar de la compasión (que en el budismo se agiganta), difícil es echar una mano a alguien; insuficiente respuesta, pues, pese a su belleza, la de aquel santón hindú, refiriéndose solidariamente a otra persona: “si su karma es morir, el mío es dar la vida por él”. Cada cual ha de pagar por sí mismo su propia deuda.

10. Alienación existencial. Un reflejo desafortunado del reencarnacionismo es el de las castas: la persona queda atrapada en su existencia encastada. Tampoco aquí se puede hacer nada por evitarlo, a pesar de que el buen corazón de Gandhi le llevase a decir que él desearía ser paria en su próxima reencarnación (a fin de solidarizarse con los suyos), lo cual resultaba reencarnatoriamente imposible incluso para un hombre tan bueno como él, o precisamente por eso.

11. Hiperrracionalismo. Por lo demás, “no es válido sostener que el hombre cosecha únicamente lo que ha sembrado. La enfermedad y las desgracias, el dolor y el sufrimiento presente, no pueden interpretarse como la consecuencia necesaria de una culpabilidad previa… la ley del karma pertenece a los intentos racionales por integrar de manera comprensible en un sistema explicativo las realidades negativas como el mal inexplicable y el sufrimiento injustificado. Pero tal intento está destinado al fracaso y va acompañado de graves riesgos, tales como hacer de los triunfadores de este mundo los elegidos de Dios, remitir las deformaciones de los recién nacidos a las culpas previas que cometieron sus almas en existencias anteriores, convertir a los que viven en situación de marginación, o de pobreza, o de discriminación, en responsables de su propio destino como consecuencia de la culpa kármica previamente acumulada”.

12. Menosprecio antropológico de la corporalidad. El cuerpo pena los deméritos y sólo sirve como instrumento expiatorio, no como instrumento eficaz y activo para la liberación; además, una vez alcanzada la liberación definitiva del alma, al cuerpo no le queda ya esperanza alguna de resurrección y glorificación.

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